Aunque en otro artículo mencioné la sensación de gratitud originada desde la felicidad, hoy siento ganas de dar las gracias, y no porque esté en ese maravilloso estado de plenitud.
Como mujer llegando a la mitad de su vida, puedo empezar a echar la vista atrás con un poco de juicio.
Esta mañana, desperté desperezándome como suelo hacer, extendiendo cada parte de mí como si pretendiera crecer y alcanzar el techo, las paredes, el cielo.
Nuestra carne nos limita como humanos y nos da armas al espíritu, para sentir o padecer, a veces, a antojo.
Sin duda, aunque se echen de menos los tiempos pasados, las tardes de siesta sin sueño, aburridos con una tiza en la acera del pueblo o el jaleo que siempre hay en tu barrio de ciudad, las patadas karatecas de tu hermana, las aventuras a lo Indiana Jones con "minimachetes rambitos", los moluscos de las rocas, el ruido de las agujas de punto de tu madre, la armónica de tu padre y los guisos de las abuelas, tras meditarlo varias veces, he concluido que lo importante es saberte en un presente simple, para abandonar los tristes pasados continuos, porque a mí, los pasados que me gustan son los perfectos, reconocerte los hechos, satisfacerte de los he soñado, he bailado, he cantado y he disfrutado.
Es un regalo haber sufrido y no ser un hijo de puta. O al menos, ser consciente de los errores para intentar, muchas veces sin éxito, superarlos poco a poco.
Pensar en la crudeza de la carne humana perecedera, no deja mas que paso a una decadencia de todo aquello que ahora no eres, y a saber si llegarás a ser.
Por eso, el futuro simple no existe y el compuesto estará lleno de para entonces habré vivido , habré reído, habré llorado, habré sentido, habré sido, lleno de sueños, aun cuando tu cuerpito haya quedado reducido y tu espíritu haya absorbido la esencia de una vida que, a pesar de lo externo que no controlas, has querido ver con los ojos que tú mismo has elegido.
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