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Los girasoles maduros

 Como madre y maestra, os diré que estoy cansada de leer y escuchar por todas partes sobre la añoranza de tiempos mejores en la educación y en la forma de vida.

Y está muy bien rememorar lo bueno de épocas pasadas pero, señores todos, es 2021 y la cosa va cambiando.

Todo avanza a un ritmo agigantado y la tecnología forma parte del día a día.
Yo creo que un nuevo orden ha de abrirse.
Que a pesar de la generación del trabajo fácil y el camino hecho, el ser humano siempre, desde sus inicios, se reinventa y regresa más fuerte, porque ante todo, quiero ver al hombre como un ser consciente, capaz de mirar hacia atrás, observar, medir y crecer.

Nuestros niños no entienden de ser adultos ni de evaluar cómo les ha llegado la vida que tienen ahora. Ellos, llegado el momento, si nuestro trabajo ha sido bueno, echarán en falta la mano que les acompañó y será entonces, en los momentos complicados, cuando mirarán atrás y repetirán las acciones aprendidas y el ejemplo dado.

Cuando era niña, mi abuelo siempre me regalaba dulces y chocolatinas, y en fechas señaladas un sobre que tenía mil sueños, con los que ilusionarme a lo ratita presumida.
Hoy el chocolate y los dulces los hace mi madre vestidos de tappers y los sueños se heredan de ausencias devastadoras.
Mi padre solía darme la mano y ahora yo se la doy a mi hijo.
Y el ciclo continúa. 
Las manos que nos han acompañado y ahora empezamos a necesitar tanto, siguen agarrándose cuando enfrentamos prejuicios, cuando tomamos elecciones, cuando aprendemos a digerir los cambios que se están dando. 
Ellos fueron luchadores, yo lo he sido y mi descendencia lo será. Porque a pesar de que internet y la tecnología sean el todo de la sociedad, sin unas manos que las controlen, no se avanza. Preocuparnos por ello de forma desmesurada es limitar y sobreproteger el crecimiento de los que ahora más nos importan, que se caigan, no adviertas tanto, ¡deben hacerlo! 

Por ello, lanzo una flecha a favor de la nueva realidad. Seguro que mi hijo también comerá pipas con una lata de refresco o litro, en un banco junto a las bicis, mientras en el mismo día desmonta un ordenador y vuelve a montarlo cuando a su edad algunos solo sabían jugar al fútbol, que está muy bien, pero ya no basta.
No podemos frenar la vida. Pero podemos acompañarla. Bailar la canción a ritmo, pero creando una coreografía consciente, proporcionada, con pautas para que el baile en pareja pueda ser un baile a solas brillante. 
El gran esfuerzo de la época de nuestros padres no será mayor que el gran esfuerzo que hacemos hoy , solo será una adaptación y en lenguaje html.

Por eso te propongo que analices:
¿Dejaremos de mirar al sol hastiados por el peso del tiempo?
¿Pasaremos de retorcernos buscando tretas para ser felices pese a lo que nos venga?
¿Sucumbiremos al fatalismo, o dejaremos que los nuestros creen pasos nuevos?
¿Seremos capaces de no ser, vista al mundo, girasoles maduros?



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