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Un barco de papel

  Lánzate a la calle niño. Fuera de casa, a vivir, a caerte, a hacer gamberradas, a mirar a los ojos a tu amigo. Corre a mover las piernas, que para eso sirven. Sal de ese cuarto donde tanta gente te acompaña y yo te veo tan solo.

Crece con el cielo en la cabeza y no con el piso de arriba y esas paredes, ocultando la luz del día.
En algún momento, los niños dejaron de ser niños para ser trastos de su habitación que emiten gritos, chorradas y "memes" de niños "rata" por la boca, mientras miran pantallas e insultan sin cesar a algún fantasma al que oyen.
En algún momento los padres nos dimos por vencidos, pero en el fondo nos castigamos consintiéndoles, porque sabemos que hemos perdido la batalla, creyendo que así, al menos, sienten calidez humana, física, corporal.
Les perdemos. Alguien me dijo que no sufriera, que ellos tienen elección, que desde siempre son ellos los que eligen los pasos que dan en su vida, que escribirán su destino; Que mejor en su habitación "protegidos", que mejor lejos de la "chusma" que hay en la calle. 
Sin duda, otro padre asustado, equivocado y destrozado.
¿Dónde fueron nuestros niños? Acaso es necesario este nuevo orden para aceptar que por fin, se nos gana la lucha de la independencia mental, de la falsa independencia vital.
Nuestros niños de hoy son nuestros padres del mañana. Los que han de pensar, sí, estos a los que ahora se les enseña mostrando el fin, antes que el camino.
Pero seamos positivos, ahora tenemos acceso a todo, somos más libres, tenemos más información, más creatividad, nuevas formas de crecimiento laboral, tenemos el teletrabajo, y tenemos las videollamadas. Tenemos el registro electrónico, los aforos limitados que nos cuidan, tenemos medicinas nuevas, para nuevos virus. Tenemos telecitas médicas y telecitas románticas. Tenemos telescopios para soñar y gafas de cubo, con las que no ver.
Hoy, mañana...


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