La herida
Rostros de la muerte
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Me hace pensar de dónde viene , porqué se mantiene, a dónde va...
Mi herida permanece desde tiempos que no recuerdo. Se crece ante los dardos de cada día. Tiro a tiro, muerte a muerte...
Y sucede que la herida es cada vez más arraigada y de ella la lava nace y se derrama desde las entrañas a cada roce de brisa, a cada furor epidérmico.
Con ella, todo lo he podido, con ella, muero cada día.
Herida mía, vida mía, comenzaste siendo espina y a pesar de clavarme una y otra, no desapareces, te alimento cada día. De la impotencia a la injusticia, de la injusticia a la sumisión.
Y no soy reconocido por quedar de brazos cruzados, por tolerar cualquier cosa.
Pero ya, amiga mía, tu pesadumbre me agota.
Cierto es que sin ti, no sé si soy yo.
Llevas tanto a mi lado, desarrollándote y floreciendo de tantas formas distintas que, sé que eres parte de mí, al igual que sé que no cabemos en mismo cuerpo y mismo espíritu.
Por eso me cuestas tanto, porque no sé qué fue primero, si el puñal o tú, triste compañía.
¿Hay heridas nuevas o sólo es la misma, la que duele y aprieta como una primera vez?
¿Se llama miedo, se llama ego, tiene múltiples nombres escondidos tras ella?
Mi herida es profunda, se llama como yo, pues está hecha de mí, a nadie culpo, de nadie es más que mía y con ella, pacto cada día revanchas o le dejo ganar la partida.
Aprender a vivir con el dolor de una herida, aprender a subsistir con el pellizco a base de treguas... O sin ellas.
Saber que existe, saber que tu dolor tiene un origen, reconocer que tú tienes un límite y aferrarte a él, y hacerte más tuyo que nunca.
Y saber que las heridas también cuentan hojas del libro de tu vida, y que a veces sólo quieren hacerte saber que están, que estarán, que permanecerán, aunque tú puedas mantenerlas en silencio en cada pase de página.
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