Yugos de seda
La admiración
Amor propio
Hay quien dice que se ha de admirar a la persona que amas y comparte tu vida.
De por sí, siempre he pensado en ello. Que sea un tipo educado, inteligente, atento, cariñoso, brillante…
Si analizáis vuestras relaciones es posible que alguna de ellas se haya ido al traste precisamente por la falta de admiración o el poco valor que le damos a la pareja: “Fulanito era maravilloso, pero le fallaba esto o aquello” “Menganito era muy pasivo, pero qué persona más inteligente"
En fin, que por h o por b, es muy probable que esas carencias tuvieran mucho que ver con la falta de admiración hacia la persona que hemos, en principio, elegido.
Y si no se tratase de eso, y si realmente lo que admiramos en los demás es lo que ya tenemos en nosotros mismos, siendo quizás un ensalzamiento de nuestros propios egos.
¿Egos? ¿Y si de tanto admirar terminamos incidiendo tanto en el ego ajeno hasta menospreciar el de uno, empequeñeciéndonos de mano propia, de gratis, sirviéndonos además para rendirle cuentas a nuestra autoestima en los momentos más bajos? ¿Será quizás que nos es inevitable entrar en comparaciones hasta incluso sentir celos de esa persona a la que tanto hemos colocado en un pedestal y que, hasta quizás, y muy probablemente, ya hemos idealizado?
Por tanto, ¿hasta dónde nos hace ser dependientes esa admiración por el otro si llega a la demasía? ¿Es que necesitamos embelesarnos bajo el “yugo” autoimpuesto de nuestra pareja? Un yugo que lo mismo nos hace fascinar por alguien que ahorcarnos para justificarnos cuando nos saboteamos, donde compararse, donde sea necesario aceptarse sólo si ese otro nos acepta, donde nuestra aprobación depende de la de ese dios que hemos colocado usurpando nuestro propio altar…
De cualquier forma, extrapolemos el asunto a cualquier plano de nuestra vida.
En lo laboral, por ejemplo. Una persona consciente de sus éxitos o limitaciones, hecha a sí misma, con capacidad de tolerar mejoras en sus aptitudes y formarse, o palmadas por un trabajo bien hecho, ¿necesita la aprobación de los compañeros o los jefes para sentirse más pleno, a pesar de saberse haciendo lo correcto?
Y con los hijos, ¿necesitamos excusarnos al castigar, al errar en la educación, con ellos?
¿Dependemos pues de que el resto de los animales de nuestra manada nos acepten en su sociedad?
Serías feliz apartándote de todo este embrollo, realmente, sabiendo que, untarse en aceite trae consecuencias, especialmente sociales, donde no sentirte en comunidad puede contraer otro tipo de problemas emocionales….
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